Amalgama, mestizaje o mezcla son tres palabras que identifican al Quito de los albores del siglo XXI. Aquella ciudad bordea los 2,5 millones de habitantes, distribuidos en familias con hijos nacidos en este terruño y con padres procedentes de otros cantones y provincias.
De esta forma se generan relaciones familiares y comunitarias que tienen al mestizaje como protagonista. Son ellos quienes se distribuyen en la geografía de lo que, ahora, es el Distrito Metropolitano. Pero se trata de un proceso que se fue configurando desde inicios de 1960.
Esta cotidianidad, con realidades y personajes que son fruto de esta transición social, la registra el escritor Jorge Icaza (Quito, 1906-1978) en su novela ‘El chulla Romero y Flores’, publicada en 1958, obra literaria cuyo eje central analiza las contradicciones propias del mestizaje.
Una obra que da cuenta de dos épocas marcadas de Quito, aquella que cierra los años conventuales que giran en torno a lo que es en la actualidad el Centro Histórico y aquella de una ciudad en expansión que incorpora por el norte el sector de La Mariscal y, por el sur, barrios como la Villa Flora.
Es que Luis Alfonso Romero y Flores es mestizo, realidad generada por su madre indígena y su difunto padre y patrono de su progenitora. Esta realidad le genera vergüenza, lo que aplaca hallando asidero en esa media raíz española plasmada es su doble apellido.
‘Chulla’ por las apariencias propias que se fueron generando al ser parte de la clase media que va buscando identidad en una ciudad que empieza a crecer, que se expande y que desemboca en relaciones sociales más complejas. La apariencia es la principal arma para que Luis Alfonso viva y sobreviva. Añadiendo su opción por la vida bohemia.
Lo que plantea Silvia Madero al analizar la novela: “Jorge Icaza coloca a su personaje principal solo, como un mestizo de clase media que siente pertenecer a la sociedad, pues no es indígena ni tampoco es blanco. Es señalado por su mezcla hiriente… El chulla Romero y Flores lidia con su dualidad desde que se erige a la vida, es la sombra que lo acompaña”.
Con críticas sociales y literarias, la obra de Icaza cuenta una historia que no hace más que registrar parte de la identidad quiteña.
Pero a la vez esta novela era el registro de, como lo llama Fernando Carrión, uno de los símbolos identitarios de Quito, que en la actualidad ya no se encuentran. En estos momentos no hay un símbolo ni un personaje que logre identificar al quiteño como lo hacían antes el chulla Romero y Flores o la Torera, personajes que décadas atrás estaban vinculados a la clase media y al aparato estatal. Así lo señala en su artículo ‘Los Quitos del siglo XXI’, escrito en el 2003.
Fuente original: http://patrimonio.elcomercio.com/patrimonio-contemporaneo/chulla-romero-y-flores/historia#.WlOeyHCgdPY