A sus 67 años aún camina despacio durante ocho horas diarias, en busca de clientes por las calles del norte de Quito. Ese trajín lo cumple desde hace 42 años. Nicolás Sinche aprendió a preparar y a vender el ponche por su hermano Manuel. A los 25 años dejó su trabajo en una piladora en Guayaquil y se trasladó a la capital ecuatoriana. Sinche, moreno, de ojos negros, de 1,57 metros de estatura y de 140 libras, siempre empuja un carrito de una rueda con un tanque blanco, en el que guarda la golosina que se derrite en el paladar. Su carretilla actual es la cuarta que ha tenido. Desde el barrio La Comuna, frente al Teleférico, Nicolás sale de su casa con el tanque en su mano a las 07:00. Toma un bus que le acerca a la calle Miguel Gavidia y av. 6 de Diciembre. Allí recoge el carrito de madera que le hizo un carpintero a USD 160. Como todos los días, este riobambeño viste un impecable mandil blanco y gorra de marinero adornada con una pequeña bandera del Ecuador. En un cajón, fijado en la parte baja de la carretilla, guarda vasos, fundas pequeñas, arrope de mora, dulces y grageas de colores. Además lleva una chompa y un poncho de agua por si llegara a llover. Los poncheros no tienen lugar fijo para trabajar. Su territorio comprende desde el parque La Carolina hasta el Comité del Pueblo. Sin embargo, en la Escuela República de Paraguay y Colegio Central Técnico, sector de la Jipijapa, los niños y jóvenes le buscan al mediodía para comprar las funditas de USD 0,10. Pero también tiene en vaso. Siempre tiene dos torres de vasos plásticos: el verde, de 7 onzas, para los ponches de USD 0,50 y el transparente, de 5 onzas, para los ponches de USD 0,25. Por una llave de agua sale una delicada espuma con sabor a mora, coco o piña, dependiendo el día. Pasado el mediodía, el sol y el caminar le agotan. Aprovecha para almorzar en la calle Palmeras, se quita la gorra marinera y se seca el sudor de la frente. Al carrito blanco con celeste se acerca un cliente. “Deme uno de USD O,50 con muchas grageas”, pide Hernán Puente, de 32 años, quien asegura que compra siempre que tiene la suerte de hallar a los poncheros, porque ahora es más difícil encontrarlos. Sinche pertenece a la Asociación de Poncheros Magolita, fundada en 1967. “Antes éramos como 70, hoy somos 15”, dice Sinche, mientras traslada su carrito por las avs. El Inca y 6 de Diciembre. Asegura que dicha calle era antes empedrada y que eso le dificultaba caminar con la carretilla. Mensualmente los poncheros se reúnen en una casa del tradicional barrio Mama Cuchara, centro de Quito, donde cancelan una cuota de USD 3. Sinche es el actual tesorero y se encarga de recoger el dinero. Con lo recogido cada mes han logrado tener fondos para ayudar cuando un miembro se enferma. También colaboran con las familias de los compañeros que fallecen. Además, los miembros de la asociación pueden hacer préstamos de hasta USD 500. Horas más tarde, antes de regresar a su casa, desde las 15:30 se ubica en la gasolinera Puma, de la avenida El Inca. Sinche suele estar siempre con un periódico en sus manos. “Mientras lee está atento a sus clientes y se toma ese tiempo para descansar”, sostiene Wilson Jiménez, trabajador de una empresa de telecomunicaciones , ubicada en este sector. Nicolás Sinche tiene seis hijos; cuatro viven con él. Ángel, su hijo mayor, es el único que heredó durante tres años este oficio. Cuando terminó los estudios primarios en la escuela Tomebamba, en Chimborazo, ayudaba a su padre durante la mañana. Ángel define a su padre como un gran trabajador, que no le gusta descansar ni en feriados, porque en esos días vende más. “Si un día no trabajo no hay comida, somos siete barrigas”, sostiene entre rizas Sinche. Las ganancias del día fueron USD 10; sin embargo, al pasar por el supermercado gastó USD 7. Compró 3 kilos de arroz, avena, tallarín y una libra de pollo. Le quedan USD 3 para leche, pan y el pasaje del bus. Al recordar sobre sus inicios en este oficio, señala que allí vendía más ponches y que ahora hay más dificultades en este negocio. “Antes se vendía como 50 ó 70 ponches al día, ahora con tanta competencia de bolos ya no se vende igual porque cuestan USD 0,10”. Con la voz entrecortada por la emoción de recordar tantos años de trabajo, este riobambeño seguirá trabajando en esta tradición quiteña. Entre sus anhelos está regresar a su ciudad natal, donde siempre que puede apoya a su equipo preferido el Olmedo. El uniforme Los sábados y domingos el uniforme de los miembros de la Asociación de poncheros Magolita es camisa celeste, saco blanco y pantalón azul marino. Los sábados se le puede encontrar a Nicolás Sinche en el Comité del Pueblo. En cambio los domingos recorre el parque La Carolina. Dos horas de preparación Nicolás Sinche prepara el ponche durante las noches. Luego del trajín diario para vender el producto, llega a su casa a las 19:30. Allí le espera su esposa María Luisa Pérez con la merienda lista. Luego se pone manos a la obra. Entre los ingredientes que utiliza están maicena, azúcar, cervezas y frutas. El proceso inicia con la mezcla de la maicena y ocho libras de azúcar. Las deja hervir durante 15 minutos. Luego cierne la mezcla en una bandeja de plástico a la que agrega tres cervezas pequeñas. Le añade una libra de mora fresca licuada (también usa otras frutas). Sin embargo, el toque secreto se lo guarda para él. La preparación le toma unas dos horas. La primera en probar este rico manjar es Nicole, su nieta de 3 años de edad.
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