Caminar por la calle Juan de Dios Morales, más conocida como La Ronda, supone hacer un viaje en el tiempo. Ya lo dijo, en 1996, Fernando Jurado en su libro: ‘La Ronda, Nido de Poetas y Cantores’. Según el investigador, esta emblemática calle estuvo perfectamente trazada en 1480, cuando los incas llegaron por primera vez a Quito. De allí hasta hoy en día, su transformación ha sido, por demás, sorprendente.
La influencia andaluza en la construcción de sus calles estrechas, de sus casas que se miran entre sí por sus balcones y de sus patios interiores, es notoria. No en vano se la compara con la calle Sierpes, una de las tradicionales hileras de edificaciones de Sevilla. La dualidad, claro oscuro, día y noche, juego y bohemia, es claramente marcada en La Ronda. Cuando el sol ilumina al Centro Histórico, la calle Juan de Dios Morales abre su baúl de recuerdos.
Mauricio Gallegos, luciendo una túnica colorida a manera de faldón y un sombrero, da la bienvenida a los curiosos. El artista, de piel trigueña y ojos cafés oscuros, se convierte en el ‘pregonero Juancho’. “Buenos días mis vecinos, bienvenidos a La Ronda”. El artista, perteneciente al colectivo Recrearte, interactúa con las personas y los guía en su búsqueda de su “niño interior”. Con los trompos, el hula-hula, el sapo y la rayuela, Juancho intenta recordar a ese ‘Quito del ayer’.
Calle abajo, los adoquines compactos resaltan las fachadas de las casas piponas (con paredes sobresalientes). Para refrescarse, nada mejor que una tradicional y casi extinta ‘beba’. Efraín Siranaula, cuencano residente en Quito de 74 años, las ofrece. “Cuestan 0,50 centavos y vienen de diferentes sabores”, dice mientras acomoda su estantería y recuerda, con nostalgia, su antiguo oficio.
El adulto mayor confesó que, antes de la regeneración de La Ronda, en el 2006, se desempeñaba como ‘fregador’. Pablo Santamaría, de 15 años, trata de hacer ‘la maravilla’, mientras escucha, con el filo del oído, la historia del Taita Pendejadas. Los oficios tradicionales de La Ronda también forman parte de esta búsqueda y rescate del pasado tradicional. Luis López (sombrerero) y Humberto Silva (hojalatero) son ejemplos vivos de aquello.
Sus talleres y oficios sobrevivieron, con valentía, a la degeneración que sufrió la calle desde que se instaló la Terminal Terrestre del Cumandá, en la década del setenta. Ya por la noche, el ambiente bohemio, característico de los artistas y poetas que habitaron en esta calle, toma fuerza, especialmente los fines de semana. Los ochenta establecimientos, entre bares, restaurantes y sitios para darse un ‘gustito’, se abarrotan de personas a partir de las 19:00. Uno de los locales más llamativos es La Casa de los Geranios. Su propietario, Miguel Mafla, es sastre de profesión. Hace ocho años adquirió la propiedad y confiesa que en ese tiempo “nadie se atrevía a comprar una casa por aquí”.
Luego de la restauración, las gradas de piedra, en la entrada, y las paredes laterales volvieron a tomar vida. A su predio lo transformó en restaurante y en la parte posterior adecuó su taller. El artesano, de 71 años, espera “que su casa dure otros 300 años”. Los letreros que ofertan canelazos, empanadas gigantes, frutillas con chocolate, se mezclan con los espectáculos artísticos que se presentan en la casa 307.
Los bohemios, los amantes del arte, los sedientos de tradición, pueden encontrarlo todo en dos cuadras: desde el puente de los Gallinazos, en la Maldonado, hasta el nuevo puente de la Venezuela. En esos 400 metros se concentra la esencia misma de Quito.
Fuente: http://patrimonio.elcomercio.com/patrimonio-contemporaneo/la-ronda/historia#.WlOcr3CgdPY
Seguir leyendo...