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Posted in Quito Colonial, on 28 febrero 2018, by , 0 Comments

Esta monumental basílica es la obra más importante de la arquitectura neogótica ecuatoriana y una de las más representativas del continente americano, siendo a su vez la más grande en tierras del nuevo mundo. Se ubica en el sector céntrico de la ciudad de Quito, en las calles Carchi y Venezuela junto al Convento de los padres Oblatos. Este templo religioso fue edificado para rememorar la consagración del Estado Ecuatoriano al Sagrado Corazón de Jesús, celebrada durante la presidencia de Gabriel García Moreno en 1873.8​ Tiene 115 m de altura y está conformada por 24 capillas internas que representan a las provincias del Ecuador. Este santuario fue inaugurado y bendecido por el Papa Juan Pablo II en su visita al Ecuador el 18 de enero de 1985.8​ La Basílica, tanto por su estructura como por su estilo, es comparada con dos grandes catedrales del mundo: la Basílica de Saint Patrick en Nueva York y la Catedral de Norte Dame en París.

Un detalle que distingue a la obra es la sustitución de las clásicas gárgolas por reptiles y anfibios propios de la fauna ecuatoriana; además están dispuestos rosetones pétreos que representan a la flora del Ecuador.​ En el punto más alto de la torre principal se puede observar la ciudad y las montañas que la rodean. La nave central del templo tiene 140 m de largo, 35 de ancho y 30 de alto donde están dispuestas 14 imágenes de bronce que representan 11 apóstoles y 3 evangelistas.8​ A lo largo de la historia de su construcción fueron varios los aportes realizados para que esta obra se lleve a cabo. Los padres Oblatos donaron el terreno donde se erige la Basílica; para proseguir con la construcción se aceptaron donaciones de creyentes quienes proporcionaron piedras a cambio de grabar sus nombres en las mismas. En 1985, el Estado implantó un impuesto por las compras de la sal para continuar con la edificación y se logró terminar la construcción luego que varias generaciones de pica pedreros dedicaran sus vidas para edificar cada pared del recinto. Otro de los atractivos de la Basílica del Voto Nacional es el panteón de jefes de estado del Ecuador.

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Posted in Quito Colonial, on 10 enero 2018, by , 0 Comments

Caminar por la calle Juan de Dios Morales, más conocida como La Ronda, supone hacer un viaje en el tiempo. Ya lo dijo, en 1996, Fernando Jurado en su libro: ‘La Ronda, Nido de Poetas y Cantores’. Según el investigador, esta emblemática calle estuvo perfectamente trazada en 1480, cuando los incas llegaron por primera vez a Quito. De allí hasta hoy en día, su transformación ha sido, por demás, sorprendente.

La influencia andaluza en la construcción de sus calles estrechas, de sus casas que se miran entre sí por sus balcones y de sus patios interiores, es notoria. No en vano se la compara con la calle Sierpes, una de las tradicionales hileras de edificaciones de Sevilla. La dualidad, claro oscuro, día y noche, juego y bohemia, es claramente marcada en La Ronda. Cuando el sol ilumina al Centro Histórico, la  calle Juan de Dios Morales abre su baúl de recuerdos.

Mauricio Gallegos, luciendo una túnica colorida a manera de faldón  y un sombrero, da la bienvenida a los curiosos. El artista, de piel trigueña y ojos cafés oscuros, se convierte en el ‘pregonero Juancho’. “Buenos días mis vecinos, bienvenidos a La Ronda”. El artista, perteneciente al colectivo Recrearte, interactúa con las personas y los guía en su búsqueda de su “niño interior”. Con los trompos, el hula-hula, el sapo y la rayuela, Juancho intenta recordar a ese ‘Quito del ayer’.

Calle abajo, los adoquines compactos  resaltan las fachadas de las casas piponas (con paredes sobresalientes). Para refrescarse, nada mejor que una tradicional y casi extinta ‘beba’. Efraín Siranaula, cuencano residente en Quito de 74 años, las ofrece. “Cuestan 0,50 centavos y vienen de diferentes sabores”, dice mientras acomoda su estantería y recuerda, con nostalgia, su antiguo oficio.

El adulto mayor confesó que, antes de la regeneración de La Ronda, en el 2006, se desempeñaba como ‘fregador’. Pablo Santamaría, de 15 años, trata de hacer ‘la maravilla’, mientras escucha, con el filo del oído, la historia del Taita Pendejadas. Los oficios tradicionales de La Ronda también forman parte de esta búsqueda y rescate del pasado tradicional. Luis López (sombrerero) y Humberto Silva (hojalatero) son ejemplos vivos de aquello.

Sus talleres y oficios sobrevivieron, con valentía, a la degeneración que sufrió la calle desde que se instaló la Terminal Terrestre del Cumandá, en la década del setenta. Ya por la noche, el ambiente bohemio, característico de los artistas y poetas que habitaron en esta calle, toma fuerza, especialmente los fines de semana. Los ochenta establecimientos, entre bares, restaurantes y sitios para darse un ‘gustito’, se abarrotan de personas a partir de las 19:00. Uno de los locales más llamativos es La Casa de los Geranios. Su propietario, Miguel Mafla, es sastre de profesión. Hace ocho años adquirió la propiedad y confiesa que en ese tiempo “nadie se atrevía a comprar una casa por aquí”.

Luego de la restauración, las gradas de piedra, en la entrada, y las paredes laterales volvieron a tomar vida. A su predio lo transformó en restaurante y en la parte posterior adecuó su taller. El artesano, de 71 años, espera “que su casa dure otros 300 años”. Los letreros que ofertan canelazos, empanadas gigantes, frutillas con chocolate, se mezclan con los espectáculos artísticos que se presentan en la casa 307.

Los bohemios, los amantes del arte, los sedientos de tradición, pueden encontrarlo todo en dos cuadras: desde el puente de los Gallinazos, en la Maldonado, hasta el nuevo puente de la Venezuela. En esos 400 metros se concentra la esencia misma de Quito.

Fuente: http://patrimonio.elcomercio.com/patrimonio-contemporaneo/la-ronda/historia#.WlOcr3CgdPY

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Posted in Quito Colonial, on 5 enero 2018, by , 0 Comments

Al pasacalle Tuna Quiteña lo miran como un capítulo de la biografía de Quito. Uno que narra parte de la década de los años 40 y 50. Aquellos años cuando la ciudad tenía por norte la avenida Colón y el sur no pasaba de La Magdalena.

Es un corto relato musicalizado de la bohemia, de los bohemios, de la cotidianidad y tradiciones de una ciudad que rompía el cascarón y se extendía.  La ciudad crecía. Sectores como La Mariscal abandonaban definitivamente la ruralidad y su geografía se trazaba con calles, bordillos y manzanas, acompañados de los postes para la energía eléctrica.

Esta minibiografía musical tiene un creador: Leonado Páez Maldonado, que vivió entre 1912 y 1991. En ocho versos, se habla del enamoramiento, los bailes, los sitios y personajes populares de esos años. “En el santo del Quintana / vamos a pasar muy bien / asomate con tu hermana / para tomar lo que den.”

Cuando el pianista, compositor y arreglista riobambeño Paco Godoy comenzó a indagar sobre esta pieza musical, vio la necesidad de remitirse al Diccionario de la Real Academia de la Lengua. Ahí vio que, como figurativo, tuna es aquella vida libre y vagabunda y, como adjetivo o sinónimo, es lo más cercano a pícaro.

Con  este antecedente, precisa que en el caso de la tuna quiteña, Páez Maldonado da cuenta que no es así: “Es tuna de gente buena / es una tuna de la legal”. Godoy precisa que el personaje de la canción es Avelino Quintana, propietario del bar El Desafío, ubicado en plena avenida 24 de Mayo, a la altura de la Imbabura. Para más señas, junto a lo que fue el Teatro Puerta del Sol. Hasta allá llegaban los chullas a conversar del día a día quiteño, de las noticias políticas, de los amigos y, sin duda, de los amores.

Ramiro Mosquera Regalado, periodista y autor de un libro sobre crónicas de Quito, dice que el bar El Desafío estaba entre las huecas de la ciudad. Un punto de encuentro que muchas  veces terminaba en Las Huacas, típico restaurante que en esos años estaba lejos, en lo que es ahora la avenida 10 de Agosto y Naciones Unidas.

Hasta allá iban a pasar el chuchaqui. En tranvía, llegaban a la Colón y 10 de Agosto y desde ahí, en mula o a pie, llegaban a Las Huacas. Hornado, tortillas, cueros y otros aperitivos criollos eran parte del menú para los amanecidos. No faltaban ni la rockola ni la cerveza. Y cómo hablar de farra sin referirse a los ‘curcos’ Victor, quiteñísima referencia del dúo conformado por los hermanos Andrade, invitados de casi todas las reuniones de los bohemios capitalinos.

La descripción de ese Quito también da cuenta de otros sitios tradicionales de la ciudad. El Sapo de Agua (La Ronda), El Cebollar (El Tejar) o Guangacalle (sector de La Alameda). Sitios en donde las quiteñas esperaban en el balcón la llegada del sereno o de la coqueta invitación a la salida de fin de semana.

Del Quito del Quintana, del que habló Leonardo Páez, quedan las casas coloniales y republicanas del Centro Histórico, aquel de las calles Benalcázar, Imbabura o Mejía. El valor de la canción es que sin ser historia cuenta parte de ella. Esto es lo que destaca el antropólogo Víctor Cifuentes, sin dejar de señalar que, con el paso del tiempo, van perdiendo ese valor.

Fuente: http://patrimonio.elcomercio.com/patrimonio-contemporaneo/la-tuna-quitena/historia#.Wk_sAHCgdPZ

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Posted in Quito Colonial, on 6 marzo 2017, by , 0 Comments

Esta es una de las leyendas más famosas de la ciudad de Quito. Y, según cuenta la historia, todo empezó en la Plaza de La Independencia cuando allí aún no existía ningún monumento.
En este lugar vivía Bella Aurora, una hermosa joven que asistió con sus padres a una corrida de toros.
Según cuentan quienes asistieron a esa corrida, nadie sabe de dónde salió un toro negro que se acercó a Bella Aurora de manera muy extraña. La observó fijamente e hizo que la niña espantada se desmayara del miedo.
Sus padres desesperados salieron inmediatamente del lugar, llevándola a su hogar y pidiendo ayuda a un doctor que no se explicaba el por qué Bella Aurora no podía reaccionar desde aquel susto.
El toro al no ver a la niña en la Plaza, saltó la barrera dirigiéndose a la casa 1028, donde vivía Bella Aurora.
El animal entró en su casa y lleno de furia tumbó la puerta de su habitación.
La joven, que aún continuaba en un estado de nervios, solo alcanzó a gritar y él la embistió, acabando con su vida.
Hasta ahora nadie sabe de dónde salió ese extraño toro y por qué atacó a la niña. Al parecer ese será un mito que nunca podremos descubrir.
Fuente: http://genesis101998.blogspot.com/2013/03/origen-de-las-leyendas-ecuatorianas-las.html
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Posted in Quito Colonial, on 5 febrero 2017, by , 0 Comments

San Antonio de Pichincha, es un lugar que está escrito con letras de oro en la historia, tanto de Ecuador como del mundo, porque por estos caminos pasaban los Yumbos siguiendo el Inti Ñan, así como también Los Quitu Caras; muchos años después,  por aquí pasó la misión geodésica francesa, que entre otras cosas dio origen al “metro” como parte del sistema métrico universal. En 1936 Luis Tufiño también anduvo estos caminos mientras construía el primer monumento histórico ecuatorial, en la mitad del mundo. Mi padre, el profesor Humberto Vera, caminó arriba y abajo estas calles, cuando descubrió la belleza inmensa que encierra este valle, el valle de Lulumbamba; y fue así como se decidió a pintar la primera línea en el monumento histórico, para que los turistas se sacaran una foto en el hemisferio norte y otra en el sur. Para lo que yo le ayudaba vistiéndome en aquellos años con atuendos indígenas para recibir a los turistas extranjeros. En conjunto con el Dr. Descalzi, Luciano Andrade Marín, y Misael Acosta celebramos la fiesta del equinoccio de oro, en innumerables oportunidades. Pero la vida nos desplazó unos cuantos metros al norte en donde nació el Museo de Sitio Intiñan (Camino del Sol), cuyo objetivo principal es el rescatar una nueva imagen de la existencia de un centro geográfico de la cosmovisión ancestral y un hábitat etnoecológico en la Mitad o Centro del mundo.

 Fuente original: http://museointinan.com.ec/origen/
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