Al pasacalle Tuna Quiteña lo miran como un capítulo de la biografía de Quito. Uno que narra parte de la década de los años 40 y 50. Aquellos años cuando la ciudad tenía por norte la avenida Colón y el sur no pasaba de La Magdalena.
Es un corto relato musicalizado de la bohemia, de los bohemios, de la cotidianidad y tradiciones de una ciudad que rompía el cascarón y se extendía. La ciudad crecía. Sectores como La Mariscal abandonaban definitivamente la ruralidad y su geografía se trazaba con calles, bordillos y manzanas, acompañados de los postes para la energía eléctrica.
Esta minibiografía musical tiene un creador: Leonado Páez Maldonado, que vivió entre 1912 y 1991. En ocho versos, se habla del enamoramiento, los bailes, los sitios y personajes populares de esos años. “En el santo del Quintana / vamos a pasar muy bien / asomate con tu hermana / para tomar lo que den.”
Cuando el pianista, compositor y arreglista riobambeño Paco Godoy comenzó a indagar sobre esta pieza musical, vio la necesidad de remitirse al Diccionario de la Real Academia de la Lengua. Ahí vio que, como figurativo, tuna es aquella vida libre y vagabunda y, como adjetivo o sinónimo, es lo más cercano a pícaro.
Con este antecedente, precisa que en el caso de la tuna quiteña, Páez Maldonado da cuenta que no es así: “Es tuna de gente buena / es una tuna de la legal”. Godoy precisa que el personaje de la canción es Avelino Quintana, propietario del bar El Desafío, ubicado en plena avenida 24 de Mayo, a la altura de la Imbabura. Para más señas, junto a lo que fue el Teatro Puerta del Sol. Hasta allá llegaban los chullas a conversar del día a día quiteño, de las noticias políticas, de los amigos y, sin duda, de los amores.
Ramiro Mosquera Regalado, periodista y autor de un libro sobre crónicas de Quito, dice que el bar El Desafío estaba entre las huecas de la ciudad. Un punto de encuentro que muchas veces terminaba en Las Huacas, típico restaurante que en esos años estaba lejos, en lo que es ahora la avenida 10 de Agosto y Naciones Unidas.
Hasta allá iban a pasar el chuchaqui. En tranvía, llegaban a la Colón y 10 de Agosto y desde ahí, en mula o a pie, llegaban a Las Huacas. Hornado, tortillas, cueros y otros aperitivos criollos eran parte del menú para los amanecidos. No faltaban ni la rockola ni la cerveza. Y cómo hablar de farra sin referirse a los ‘curcos’ Victor, quiteñísima referencia del dúo conformado por los hermanos Andrade, invitados de casi todas las reuniones de los bohemios capitalinos.
La descripción de ese Quito también da cuenta de otros sitios tradicionales de la ciudad. El Sapo de Agua (La Ronda), El Cebollar (El Tejar) o Guangacalle (sector de La Alameda). Sitios en donde las quiteñas esperaban en el balcón la llegada del sereno o de la coqueta invitación a la salida de fin de semana.
Del Quito del Quintana, del que habló Leonardo Páez, quedan las casas coloniales y republicanas del Centro Histórico, aquel de las calles Benalcázar, Imbabura o Mejía. El valor de la canción es que sin ser historia cuenta parte de ella. Esto es lo que destaca el antropólogo Víctor Cifuentes, sin dejar de señalar que, con el paso del tiempo, van perdiendo ese valor.
Fuente: http://patrimonio.elcomercio.com/patrimonio-contemporaneo/la-tuna-quitena/historia#.Wk_sAHCgdPZ
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